Emiliano Martínez y Randal Kolo Muani fueron protagonistas de una jugada histórica en la final más emocionante que haya tenido un Mundial. En un momento clave, “Dibu” evitó mucho más que un gol: impidió el desgarro irremediable del tejido emocional de la Patria futbolera argentina, esa que hoy es inmensamente feliz.

Por Redacción Variaciones

A unos 12 kilómetros de la Torre Eiffel, el símbolo mundial parisino, se encuentra la localidad de Bondy, un suburbio francés con más de 50 mil personas, y cuyas estadísticas indican que allí – en un sector de la ciudad – viven los habitantes con menores recursos económicos en toda Francia, entre ellos, claro, una cantidad importante de inmigrantes y franceses con descendencia africana directa. Este tipo de estadísticas, a veces exageradas por el amarillismo mediático y xenófobo que como un fantasma recorre Europa, señala también un índice elevado de criminalidad.

 En Francia, a este tipo de suburbios, se les llama  banlieue, y como ocurre con tantos barrios en el país – desde el Fuerte Apache en Buenos Aires al A-4 en Posadas- la simple mención de pertenencia puede ser objeto de discriminación y estigmatización. O sea, sólo por ser de allí, te pueden negar el servicio un taxi, te pueden rechazar en un empleo o te puede detener la policía en averiguación de antecedentes.

Pero en los últimos años, Bondy cobró notoriedad por ser el vecindario en el que creció el astro del fútbol Kylian Mbappé, el mismo que el domingo inolvidable le marcó tres goles a la Selección Argentina.

Allí también, en Bondy, un 5 de diciembre de 1998, hijo de madre y padre congoleños, nació otro jugador que enfrentó a Argentina en la final más cinematográfica de la historia de los Mundiales de Fútbol: Randal Kolo Muani.

De niño, Randal mostró interés y condiciones para el fútbol, aunque promediando la adolescencia le detectaron una enfermedad llamada Osgood-Schlatte, que se manifiesta como una protuberancia dolorosa debajo de la rótula, en la parte superior de la tibia. A raíz de esto sufrió dolores terribles y un marcado estancamiento en el crecimiento. Randal consiguió superar la enfermedad y tuvo su oportunidad en el fútbol profesional. Tras rendimientos dispares en varios clubes, logró afianzarse como una de las figuras principales del Eintracht Fráncfort, club de la  Bundesliga de Alemania.  

Muani celebra el segundo gol de Francia a Marruecos.

El miércoles 14 de diciembre de 2022, Randal sintió tocar el cielo con las manos. Promediando 79 minutos del durísimo partido por semifinales de la Copa del Mundo de su selección, Francia, contra Marruecos, convirtió el segundo gol, que selló la clasificación a la final. Sólo faltaba algo para ser campeón mundial: ganarle a Argentina.

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 Alberto Martínez era fletero y su esposa Susana, trabajaba en la limpieza de casas particulares. Vivían en el barrio El Jardín, zona sur de la ciudad de Mar del Plata. Alberto trabajaba en el puerto. El 2 de septiembre de 1992, tuvieron a su segundo hijo. Lo llamaron Emiliano. Desde temprana edad, al pibe le gustó el fútbol y ya en aquel entonces tenía en claro que su lugar era el arco. A los 6 años, ya atajaba para la clase 90 – dos categorías mayores- del club General Urquiza, uno de los tres equipos en los que jugó en su ciudad natal.

Con 12 años de edad, dejó la casa natal para sumarse a las inferiores del Club Atlético Independiente, de Avellaneda. Lo que siguió es bastante conocido. Con 17 años se fue a Londres fichado por el Arsenal, y desde entonces, pese a no tener visibilidad en Argentina ni una trascendencia rutilante en Europa, Emiliano se terminó convirtiendo en uno de los arqueros de confianza del DT Lionel Scaloni, y alcanzó, tras reemplazar por una lesión a Franco Armani, un pico de popularidad e idolatría inusitado por su desempeño en aquella Copa América de 2021 que Argentina ganó tras 28 de sequía. Desde entonces, ya con el mote indeleble de “Dibu”, el carismático y díscolo Martínez selló un romance singular con la Patria futbolera argentina –incluyendo una veta de sex symbol-, que, tras lo ocurrido en la final ante Francia – que además lo consagró como el mejor arquero del mundo –presagia eternidad.

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El cronómetro indica que ya pasaron dieciséis segundos más de los tres minutos que el árbitro adicionó al segundo tiempo del alargue. Se termina el partido. Argentina y Francia empatan 3 a 3 en una final infartante que parece haber sido escrita por un guionista profesional. Cuando parece que nada puede cambiar el destino inexorable de una definición por penales, sucede algo extraordinario. Una falla defensiva deja al delantero francés Randal Kolo Muani, cara a cara ante el arquero argentino Emiliano Martínez. La situación es inmejorable para el francés, porque el balón le llega de manera descendente justo a la zona en la que su pie izquierdo puede disparar un remate con la suficiente potencia, el tiempo, e incluso el ángulo para marcar, ya que “Dibu” no tuvo posibilidad de achicar ese tramo decisivo de área. Muani dispara. En esa milésima de segundo, todos los sueños de Argentina parecen condenados a hacerse añicos. Es como una bala que alguien gatilla con la certeza de matar, pero, que por alguna razón, no sale. Frente a frente, el pibe de Bony y el pibe de El Jardín, protagonizan un duelo fugaz pero decisivo. La jugada de sus vidas. El remate es bueno, pero la reacción del arquero, estirando su pierna izquierda y evitando el gol, es, por todo el contexto, sencillamente la mejor atajada de todos los tiempos. Con ella, Martínez le dio una vida más a su equipo. Ese aliento vital postrero, fue el que lo llevó, minutos después –en tanda de penales y con otra proeza del 1 argentino – a la consagración que hoy tiene sumido en el insomnio y la felicidad a la inmensa mayoría de habitantes de este país hermoso y novelesco que es Argentina.

Suele llamarse “pensamiento contrafáctico”, a la acción de imaginar escenarios diferentes a un hecho ya transitado e irreversible. ¿Qué hubiese pasado si…?

Gente de la psicología y algunos charlatanes, sostienen que pensar contrafácticamente un episodio, a veces, puede ayudar a obtener mayor comprensión de tal o cual situación, e incluso, un goce aún mayor de la situación presente, en caso de que el hecho en cuestión haya terminado de una manera positiva.

Pensar en la posibilidad contrafáctica de que aquel remate de Muani hubiese terminado en gol, desde el sentir argentino, implica enfrentarse a un infierno inimaginable, de sueños quebrantados y dolor colectivo indecible. Una pesadilla que hubiera hundido la alegría popular en el sarcófago de la tristeza y el desánimo. Hasta cuesta dimensionar el impacto que una derrota de esa manera, en el último segundo de un partido después de haber superado al rival prácticamente durante todo el juego, hubiera tenido en la psiquis del pueblo argentino. En fin, “Dibu” no evitó sólo un gol: impidió el desgarro irremediable del tejido emocional de su pueblo.

Imaginarlo, quizá ni valga la pena, menos ahora que el estado de ánimo y la autoestima de argentinas y argentinos – aquella que día a día intentan desmoronar desde varios frentes – atraviesan su mejor momento, y los corazones teñidos de celeste y blanco, que un día se volvieron a ilusionar y conocen bastante de sufrimientos, ahora arden en un incendio de éxtasis y amor por esta Selección que les regaló lo que tanto se soñó.

Categorías: Historias

1 Comentario

Enrique · 20 diciembre, 2022 en 10:30 am

Excelente

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