El intento de magnicidio contra la vicepresidenta de la Nación representa la cima de una escalada ascendente de los discursos de odio fomentados por determinados medios y dirigentes políticos. ¿Cómo se construyen y qué efectos tienen estos discursos sobre la sociedad? ¿Cómo hacer para reencaminar la discusión política hacia el interior de los márgenes democráticos? ¿El problema es “la grieta” o la radicalización de la derecha argentina?
Por Redacción Variaciones

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En el cuento Avelino Arredondo, de su obra El libro de arena, Jorge Luis Borges pincela el relato histórico en torno al magnicidio del presidente uruguayo Juan Idiarte Borda, ocurrido como bien indica la primera línea del texto borgeano, “en Montevideo, en 1897”. Aunque ficcionalizado y por ende con una carga de subjetividad importante, el relato fue construido por Borges con un bagaje informativo de primera mano: su tío paterno fue el abogado del magnicida Avelino Arredondo, que da título al cuento.
Borges cubre al protagonista – de apenas 20 años – con un halo de heroísmo, presentándolo como un ser encomendado a un propósito superior, imposible de eludir.
El desenlace cobra un tenor épico:
Sacó el revólver e hizo fuego. Idiarte Borda dio unos pasos, cayó de bruces y dijo claramente: Estoy muerto. Arredondo se entregó a las autoridades. Después declararía: ‘Soy colorado y lo digo con todo orgullo. He dado muerte al Presidente, que traicionaba y mancillaba a nuestro partido. Rompí con los amigos y con la novia, para no complicarlos; no miré diarios para que nadie pueda decir que me han incitado. Este acto de justicia me pertenece. Ahora, que me juzguen’”.
En la noche del viernes 2 de septiembre, frente a la casa de la actual vicepresidenta y dos veces Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, un hombre de 35 años llamado Fernando Sabag Montiel, pudo haberse convertido en una suerte de Avelino Arredondo contemporáneo. Su intento de magnicidio, por motivos que las pericias sabrán develar, falló. Sabag Montiel está preso y la Argentina, conmocionada, aguarda resultados de la labor judicial.
En Uruguay, todavía persisten interrogantes relativos a las motivaciones del magnicidio perpetrado por Avelino Arredondo. Pero en la Argentina actual, diferente a aquella Montevideo decimonónica, pocas dudas quedan acerca de las razones que llevaron al brasileño Montiel a intentar asesinar a la principal referente del movimiento popular más importante del país: fue el odio.
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Viernes 22 de julio, tarde gris en la ciudad de la furia. Un puñado de personas, iracundas y enfundadas en banderas argentinas, arroja basura y patea las puertas de la sede del Instituto Patria, ubicado sobre la calle Rodríguez Peña de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Uno de los más exaltados de la banda, un varón canoso, sujeta un megáfono y grita: “Cristina ya es tarde para que te vayas a Cuba, ahora viene la horca”.
Otra persona completa el clamor: “los vamos a buscar con ametralladoras para liquidarlos en el momento y ahorcarlos”. Alrededor, agentes de la Policía de la Ciudad, observan la escena, sonrientes e inactivos. Se palmean y conversan con los pacíficos “manifestantes autoconvocados”.
Unos días antes, el 10 de julio, en Plaza de Mayo, en el marco de un “banderazo” contra el gobierno nacional, del cual participaron dirigentes de la oposición, hubo personas que posaron efusivos con la réplica de una guillotina, que en su parte superior tenía un cartel que indicaba: “Frente de Todos: Presos, muertos o exiliados”.
Esa manifestación incluyó muñecos colgados de una horca, con el rostro de Cristina, y hasta un maniquí con la cara de la vicepresidenta, al cual un fornido muchacho acogotó para las cámaras, simbolizando un estrangulamiento.
Algo más atrás en el tiempo, el 27 de febrero de 2021, se desarrolló otra manifestación de un grupo pequeño de manifestantes, que como metodología de expresión de su descontento contra la actual gestión nacional – o de su declarado odio al peronismo- colgaron en las rejas adyacentes a la Casa Rosada, bolsas de polietileno negras, simulando mortajas con cadáveres. Cada bolsa mortuoria tenía su etiqueta: Estela de Carlotto, La Cámpora, “el sobrino de Ginés”, entre otras. Juntos por el Cambio, si bien luego salió a despegarse de esta perfomance, fue parte activa de la convocatoria y participación de esta marcha.

Se podrían escribir varios libros simplemente recopilando este cúmulo de expresiones antidemocráticas volcadas explícitamente por un sector minoritario – pero peligroso– de la sociedad, propias de un fascismo anacrónico, que se desenvuelven al fragor de discursos mediáticos y de cierta dirigencia política que no sólo no los condena y repudia, sino que muchas veces, los alienta.
Hace apenas unos días, el diputado nacional del PRO, Francisco Sánchez(Neuquén), emitió el siguiente mensaje en su cuenta de la red social Twitter, luego de conocerse el pedido de condena que el fiscal Luciani esgrimió contra la vicepresidenta Cristina Fernández: “12 años por robar impunemente es casi nada. El año pasado presenté un proyecto para que este tipo de delitos sean considerados traición a la patria. Merecen la pena de muerte, no una liviana prisión domiciliaria”.
En la misma red social, cinco días antes del intento de asesinato de Cristina, el diputado macrista Ricardo López Murphy expresó: Son ellos o nosotros.

“Balas para todos los chorros y los pseudo mapuches” había declarado en un canal de televisión el legislador liberal José Luis Espert hace tres meses. Se trata , junto al inefable Fernando Iglesias, de uno de los mayores exponentes de la verborragia anticonstitucional y retrógrada en Argentina, y a la vez asiduo invitado de los medios de comunicación hegemónicos
Pero sin duda quien lleva la delantera en esta especie de competencia que existe en cierta clase dirigente para ver quién emite enunciados más reñidos con la idea de democracia y Derechos Humanos, es la ex ministra de Seguridad y actual presidenta del PRO, Patricia Bullrich. Del recordado “quien quiera andar armado que ande armado” siendo ministra de Seguridad de la Nación en 2018, al más reciente “lo importante es que sepan que con nosotros no se jode”, llegando incluso al extremo de no repudiar un intento de magnicidio que no sólo está siendo repudiado por la totalidad de las fuerzas políticas del país, sino por toda la comunidad política internacional.
Estos discursos, lejos de constituirse como meros elementos de la arena semiótica, cultivan y estimulan comportamientos violentos que llegan al punto de provocar situaciones como las que se vivió en la histórica noche del jueves 1 de septiembre en Recoleta.

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“Entendemos por discursos de odio a cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas en función de la pertenencia de las mismas a un grupo religioso, étnico, nacional, político, racial, de género o cualquier otra identidad social. Estos discursos generan con frecuencia un clima cultural de intolerancia y odio y, en ciertos contextos, pueden provocar en la sociedad civil prácticas agresivas, segregacionistas o genocidas” define el informe Discursos de odio. Condiciones para su reproducción y circulación publicado por el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA), una iniciativa conjunta del Grupo de Estudios Críticos sobre Ideologías y Democracia (GECID).
El trabajo estuvo dirigido por el investigador del CONICET y profesor en el área de teoría sociológica en la Universidad de Buenos Aires, Ezequiel Ipar, quien junto a un equipo de investigadorxs desplegó un trabajo de discusión teórica y un programa de investigación empírica cuantitativo y cualitativo orientado a producir conocimiento sobre esta problemática.
“Las palabras hacen cosas, y el intento de magnicidio hacia la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner es el pasaje completo de lo que generan este tipo de discursos públicos. Hay que romper con esa idea, a veces justificadora de los discursos de odio de que sólo se trata de dramatizaciones, que no son reales, que solo son como ficciones o modo de expresar la intimidad” aseguró Ezequiel Ipar, consultado por la Agencia Telam tras el nefasto episodio.
El especialista aventuró que de haberse materializado el magnicidio, “se hubieran generado infinitos efectos dramáticos, impensables en sus consecuencias políticas y sociales”.
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El aporte en la generación y divulgación sistemática de discursos de odio por parte de determinados medios de comunicación y algunos cuantos periodistas, es sustancial. Aquí también se podrían hacer documentales enteros simplemente acopiando las horas dedicadas por esta facción comunicacional, a los discursos de odios, estigmatizaciones, fakenews y demás desviaciones del oficio periodístico que ya no son –solamente- producto de una mala praxis sino que forman parte de las herramientas elegidas por estos medios y periodistas, para tomar partido en lo que el comunicador y docente universitario Víctor Ducrot plantea cuando define al periodismo como un ámbito “de la puja por el poder, ya sea para construirlo, defenderlo o modificarlo en su naturaleza”.
En su natural práctica de producir y reproducir sentidos de clase como valores de aceptación universal, periodistas de visibilidad nacional como Alfredo Leuco, Jorge Lanata, Viviana Canosa, Ángel Pedro Etchecopar, Jonatan Viale, Joaquín Morales Solá, Luis Majul, Eduardo Feinmann, Nicolás Wiñazki, Nelson Castro y tantos otrxs, disparan desde sus trincheras hegemónicas (TN, La Nación, A24, Infobae, Clarín, etc) diatribas que en la mayoría de los casos se alejan de la vocación informativa, para anclar de lleno en la belicosidad y el odio exacerbado siempre hacia los mismos sectores: el peronismo, los beneficiarios de programas sociales, el Pueblo Mapuche, entre otros.
“Alguien tiene que calmarla” editorializó en clave de ¿humor político? Alejandro Borenztein, uno de los autores que cada domingo se dedica a profundizar los discursos de odio en el diario de Héctor Magnetto.

Existe en el seno de estas prácticas odiadoras, un componente misógino que en la mayoría de los casos apunta a Cristina Fernández por su condición de mujer. Estas manifestaciones se notan por ejemplo, en las sucesivas tapas de la revista Noticias.
“No importa el color político del partido político, hace siglos que alguien tiene que calmarnos. Hablemos de las cosas como son: las mujeres en el poder molestan. Le molestan a otros hombres y les molestan a otras mujeres, que en su proyección y frustración prefieren no ver a otras que le reflejan su falta de poder” escribió en su cuenta de Instagram la divulgadora feminista, consultora en Género y Derechos Humanos, Florencia Freijo.
Por su parte, Alejandro Bercovich, periodista y economista que actualmente conduce “ Pasaron cosas” en Radio con Vos y “Brotes verdes” en C5N señaló que “es gravísimo el atentado contra la vicepresidenta . La violencia simbólica que introdujeron la derecha y sus medios en el debate público diario trae estas consecuencias. Hay que salir a defender la democracia a la calle. Y cuidarnos. Están sacados”.
Julia Mengolini, periodista y abogada, fundadora del medio de comunicación Futurock observó que “Ahí está el efecto performativo de las palabras de odio que repiten periodistas y políticos de la oposición todo el tiempo. Aflojen con el odio por favor. No se puede vivir así. Desde el 83 que quedamos en otra cosa y veníamos construyendo otros consensos”.
En otro orden, cabe preguntarse, ¿es “la grieta” o lo que llamamos la polarización de las posiciones políticas el elemento que al profundizarse genera violencia? Para el escritor y profesor de historia en la Universidad de Richmond, Ernesto Semán, “en el caso de Argentina yo no sé que sería la polarización. Lo que veo más es una marcada radicalización de la derecha en sus agendas, en su discurso, y en el tipo de identidad política, social, y en algunos casos racial, que se va construyendo alrededor de esa radicalización”.

En 2020, cuando la escalada de desinformación y discursos de odio alcanzaba niveles peligrosos en los medios de comunicación del país, el gobierno nacional decidió implementar la herramienta llamada NODIO, presentada a la sociedad como “un Observatorio de la desinformación y la violencia simbólica en medios de prensa y plataformas digitales”. Desde incluso antes de su puesta en marcha, el ataque por parte de la oposición política y los medios en cuestión, se volvieron sistemáticos. No estaban dispuestos a que nadie les señale sus contribuciones a estas prácticas antidemocráticas. El resultado, a la luz de los hechos, está a la vista.
“Es un hecho que revela de qué manera cuando circulan discursos de odio por los medios de comunicación y en boca de algunos integrantes de la representación parlamentaria esto puede tener efecto en el mundo real” señaló por estas horas Miriam Lewin, titular de la Defensoría del Público, con respecto al atentado sufrido por Cristina.
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En Argentina, los discursos de odio incluyen muchas veces un elemento que debería ser foco de regulación urgente: el negacionsimo. Se naturalizó en las marchas opositoras e incluso en redes sociales, expresiones que niegan el genocidio perpetrado por la última dictadura militar, reivindican la figura de genocidas condenados por la Justicia por crímenes de lesa humanidad. No pocas veces, estas manifestaciones provienen incluso de funcionarios, dirigentes políticos o -como ocurriera recientemente con el comisario Marcelo Chimiski de Aristóbulo del Valle, Misiones -, de miembros de las fuerzas de seguridad.

Es necesario, en este sentido, que Argentina avance de una vez en la generación de herramientas legales para poner un límite condenatorio a estas aberraciones, tal lo hicieran varios de los países que luego de haber atravesado el horror del nazismo, hoy cuentan con normativas claras que sancionan este tipo de expresiones y simbologías.
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En definitiva, el intento de magnicidio contra Cristina Fernández no debe ser interpretado de ninguna manera como un hecho aislado y descontextualizado. Se trata a todas luces del emergente de un clima de violencia política largamente alimentado, en una coyuntura de creciente corrimiento de los límites democráticos, en el cuál aflora un sujeto político irreflexivo, que no cree en la política como vía para dirimir diferencias, sino que parece dispuesto a empuñar –literalmente – cualquier arma para destruir a su rival. Aquí es donde resulta fundamental que los medios de comunicación y las dirigencias políticas asuman su responsabilidad innegable, y reconduzcan la discusión política hacia el interior de los márgenes democráticos. Esto no se logrará solamente con declamaciones, sino que requiere de regulaciones concretas y decididas en los espectros donde estos discursos germinan hasta convertirse en violencia explícita y decantar incluso, en crímenes políticos.

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